El coaching surgió en el mundo empresarial español como una herramienta de crecimiento y desarrollo profesional con la que superar dificultades laborales,
encontrar nuevas perspectivas, hasta entonces desconocidas, adquirir el desarrollo de determinadas habilidades
o alcanzar áreas de mejora profesional.
Antes de la irrupción de la
crisis se estaba convirtiendo en un proceso de Desarrollo que a través de
programas, mayoritariamente externos, cobraba vida en las Empresas de nuestro
país. Sobre todo porque conseguía buenos resultados. Alumbraba el camino de
forma individualizada y "ad hoc" a cada directivo o profesional, marcando así una
distancia importante con aquellas acciones formativas para el desarrollo de
habilidades gerenciales que lo hacían de forma colectiva. La formación se había
convertido en el “café para todos”, con grupos en ocasiones
heterogéneos, con diferentes niveles y objetivos no alineados. Así en la
mayoría de los casos, los resultados de aprendizaje eran pobres y la transferencia al puesto de
trabajo, paupérrima.
Por contraposición el coaching
ofrecía programas totalmente individualizados y ayudaba a los coachees (sus clientes en definitiva) a trabajar one to one con sus áreas de
mejora. Los precios también estaban en consonancia con ese entrenamiento
(volviendo al origen de la palabra coach) y se pagaban altas cantidades por sesión.
La fuerte recesión
económica, que llegó a nuestras vidas a partir de 2007, fue poniendo las cosas en
su sitio. Desaparecieron algunas empresas de formación, que apenas ofrecían
valor añadido y el precio de las sesiones de coaching empezó a ajustarse.
En mi entorno personal y
profesional tengo amigos coach y he descubierto, no exento de cierta sorpresa,
que el coaching sigue teniendo tirón entre los profesionales españoles, a los
que ni siquiera la crisis ha desanimado para buscar a esa persona que les pueda
ayudar en su crecimiento, tanto personal como profesional. Conozco incluso personas que dado
que sus Empresas no contemplan estos
programas dentro de sus planes de desarrollo, recurren a un coach y se lo pagan de su bolsillo.
Sin embargo, a donde quiero
llegar es al contenido de esas sesiones de coaching. Que si bien en la mayoría
de los casos se plantean como coaching ejecutivo, derivan con frecuencia en
coaching life.
Me explico, si bien el objetivo inicial es tratar casos
relacionados con el entorno profesional, tales como alcanzar nuevos horizontes
profesionales, superar dificultades con
el equipo, solucionar problemas de cohesión, superar resistencias al cambio,
etc., lo cierto es que se acaba hablando de muchos aspectos personales: La falta
de comunicación, la pérdida de valores, y en definitiva, la soledad.
Sorprende analizar esas
sesiones y comprobar que en ocasiones el
coachee sólo necesita que alguien le escuche, percibir una auténtica escucha
activa o verbalizar sus dificultades. Se convierte así el coaching en un tipo
de terapia light que, en parte, desvirtúa
su esencia.
Pero ¿qué se puede hacer en estos
casos? Creo que escuchar con respeto, y tal vez nada más.
La gente vive momentos de
desánimo, la situación económica, el
fuerte nivel de desempleo, los casos de corrupción, los desahucios, la
inseguridad en el futuro.... Todo eso hace necesario
un cierto apoyo, casi cariño, de alguien con quien compartir esas cuitas, que si
no se manifiestan hacia el exterior, se pueden convertir en un molesto agujero
interno, que no nos deja salir a flote.
Si los coachs asumen ahora esa
función, ¡bienvenida sea!. Espero y confío que este clima de desánimo en el que nos encontramos inmersos, necesariamente pasajero, lo superaremos y las aguas volverán de nuevo a su cauce.
Juan F. Bueno
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