Hace un par de semanas se celebró el Día del Padre y en poco
más de un mes haremos lo propio con el Día de la Madre. Más allá del contenido
comercial, ambas fechas me provocan una reflexión sobre la óptica desde la
que nos están observando nuestros hijos.
Decir que la sociedad ha cambiado mucho es una obviedad que
me podría ahorrar, pero no por ello deja de ser cierta. Y de igual manera la
forma de educar a nuestros hijos y probablemente también la de implicarse en la
paternidad.
En la generación de nuestros abuelos o bisabuelos estaba
plenamente instalada la creencia de que el cuidado y atención a los más
pequeños era más tarea de la madre que del padre. En especial en los primeros
años de vida.
Afortunadamente esta situación dio un vuelco significativo y
hoy es habitual ver a padres jóvenes y otros no tanto ocupándose con
naturalidad de dar de comer, cambiar pañales, llevar al pediatra o compartir
juegos.
Si bien esto que digo parece cierto en la actualidad también
lo es que la referencia que representaban los padres, ambos en este caso,
también se ha modificado. La madre se ha incorporado en muchos casos al mercado
de trabajo (qué fortuna!) y es una mujer más preparada, multitarea y que
dispone de menos tiempo pero no por ello renuncia a tener una familia (cierto
es que con menor número de hijos). Y en cuanto al padre éste se ha alejado de
la figura de férrea disciplina que inspiraba respeto, en ocasiones mezclado con
temor.
No podemos mostrarnos indiferentes con los vertiginosos
cambios que se han producido en las generaciones de nuestros jóvenes: un cierto
desencanto y desesperanza; el acceso a las redes sociales; el cambio en las
relaciones; en sus horas de ocio….
Ser padre ha cambiado mucho, pero ser hijo también. Ser padre
es para siempre y aún encima no hay universidad en la que te puedas sacar un
título que te habilite y un catedrático que resuelva tus dudas. Recuerdo en
este punto la Escuela de Padres de mi admirado José Antonio Marina. Qué buena
iniciativa.
A ser padre se aprende siendo. Ensayo, error. A veces éxito,
a veces fracaso, pero siempre desde el amor. Un hijo bien educado y con valores
sólidos que le sirvan de guía a lo largo de su vida es nuestra mejor obra,
nuestro patrimonio más valioso.
Pero hay algo que siempre ha servido, que los tiempos no han
conseguido cambiar. EL EJEMPLO. Ser modelo de comportamiento, de actitud para
los que nos rodean, en especial nuestros hijos es el patrón de conducta más
potente. Antes y ahora. De poco sirve decir a nuestros pequeños que hay que ser
honrados cuando ven que sus progenitores llevan a cabo acciones poco íntegras.
Somos en gran medida los adultos reflejo de los mayores que
nos han criado y educado. Por eso tener una referencia clara, firme y asentada
de conducta es una garantía de nuestro proceder futuro.
Por eso el Día del Padre o el Día de la Madre sólo son uno
más para que nuestras pautas y nuestras rutinas se reflejen en el espejo que en
ocasiones son nuestros hijos.
Todo cambia, incluso las corbatas o los pañuelos de antaño han dejado paso a las tablets y demás aparatos de sofisticada tecnología.
Todo cambia, incluso las corbatas o los pañuelos de antaño han dejado paso a las tablets y demás aparatos de sofisticada tecnología.
Por cierto, este año me tocó un pantalón y un balón de cartón
con una foto de mi hija..
De incalculable valor, por cierto.
Juan F. Bueno