03 junio 2014

EMPATIA: Empa queeee...?

Posted by Juan bueno On martes, junio 03, 2014 No comments

Siempre que tengo oportunidad, cuando asisto a reuniones, o estoy dando un seminario o una o conferencia, me gusta preguntar a los asistentes si practican la empatía.  La mayoría de las respuestas son afirmativas:  con mucho entusiasmo oigo decir con frecuencia “yo soy muy empático”. Es posible que el término "empatía" esté de moda en muchos ambientes profesionales, pero me temo que la realidad dista bastante de esta afirmación. No es tan fácil como pensamos, "meternos" de verdad en la piel del otro.




La empatía es un término bastante complejo, y aunque seguramente nos mueve la mejor intención, no suele tener buen resultado decirle a esa amigo al que acaban de despedir “no te preocupes”. Esa frase no es más que un formulismo, pero ni eso significa ponerse en el lugar del otro ni entender que puede estar sintiendo en ese momento ni mucho menos ser empático.

La simplificación de algunos conceptos que irrumpen en nuestra vida y se repiten con tanta frecuencia que casi nos vemos “obligados” a integrarlos en nuestros esquemas mentales, provocan algunas interpretaciones, casi planas, de ideas bastante más complicadas. Así decimos que la empatía es “ponerse en el lugar del otro”. Así de simple. Pero ¿qué significa realmente? 

Cuando ese amigo mío que ha sido arbitrariamente despedido se siente humillado, abatido, lleno de ira, temeroso, y va pasando por sucesivos estados de ánimo  ¿qué hago para compartir ese momento emocional con él?  


Claro que puedo ponerme en su situación. Despedido en un momento de fuerte crisis y con un panorama laboral muy difícil por delante. Esa sensación puede durar apenas unos segundos de vivencia o pensamiento, más o menos intensos, según sea mi relación o la intensidad de mi sentimiento hacia ese amigo.

No sólo hay que vivir la situación sino la emoción. Y ahí es donde radica la complejidad. Nos cuesta reconocer las emociones y ponerles nombre. Saber cuándo sentimos miedo, rabia, ira… y resulta imprescindible distinguirlas en uno mismo para así reconocerlas de inmediato en los demás. Sólo así podremos desarrollar una verdadera conducta empática.

Y para eso en muchas ocasiones hay que huir de “la maldición de las buenas formas”. Es preferible no decir nada, o simplemente dar un abrazo o apoyar con la mirada o con una sonrisa antes de lanzar un “eso no es nada” o “no te preocupes” ante circunstancias realmente graves que está padeciendo la persona que tenemos enfrente.

Daniel Goleman afirma que la empatía es una de las habilidades esenciales de la Inteligencia Emocional y que muchos estudios han demostrado que está directamente relacionada con la felicidad.

Para ser realmente empático (y no simplemente agradable o simpático, con lo que con frecuencia lo confundimos) es necesario practicar una escucha eficaz, es decir, escuchar realmente, lo cual quiere decir, escuchar y entender. En definitiva, escuchar para comprender.

Y sufrir. Sí, sí lo que estáis leyendo es correcto. Es preciso haber sufrido. ¿quién puede comprender el sufrimiento de alguien sino ha sufrido antes? Claro que no es necesario haber vivido las mismas situaciones pero sí tener vivencias, buenas y malas, que permitan poner en valor y en perspectiva los momentos por los que está pasando otra persona.

Esa mencionada Inteligencia Emocional es una de las competencias complejas más demandadas en los directivos actuales y de las más ligadas con el éxito en las circunstancias actuales en relación a la resolución de problemas complejos, en entornos muy cambiantes, así que no parece baladí aplicarnos en mejorarla.

Hace unos días presencié la conversación de dos mujeres muy ancianas que viven en la misma residencia. Las dos eran viudas y recordaban a sus respectivos maridos con cariño y añoranza. Entonces una de ellas, la de más edad, 92 años, le dijo a la otra: ”me acuerdo todos los días de mi marido pero lo peor, es perder a un hijo; yo perdí a un hijo cuando él tenía 50 años y eso nunca nunca tiene explicación”.
 
 
La anciana era bajita y enjuta pero estas frases salieron de su garganta con una fuerza tremenda mientras sus ojos brillaban y ella parecía encogerse más todavía. Su amiga se quedó pálida y con un hilo de voz le dijo “no te preocupes”. Sé que lo hizo con la mejor intención, pero nunca unas palabras me parecieron tan inútiles y evitables. La anciana, en un terrible ejercicio de sentido común le dijo “ya no me preocupo, sólo sufro”. Su amiga ya no dijo nada más. Ya no podía. A veces el silencio es el mejor compañero.

 
En esta ocasión sí fue empática. Tremendamente empática.

Juan F. Bueno

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