10 junio 2013

Hoy toda la prensa nacional recoge en sus portadas con grandes titulares el éxito de ayer en Roland Garros. La final, de color español, tiene un nombre, Rafa Nadal. Y de forma unánime además se destaca no sólo la proeza deportiva, sino su talante. La actitud de un ganador humilde.
 

Esa victoria en el ámbito de lo deportivo es una dosis de optimismo, de ver cómo a través del sacrificio, el trabajo y la ilusión se pueden superar retos y disfrutar con ellos.

Los españoles necesitamos en estos momentos creer en el éxito, vivir triunfos, anclarnos en temas positivos que incrementen la ilusión, que nos hagan creer que no hay límites, que somos capaces. Si echamos un vistazo a nuestro panorama deportivo, hace  dos décadas nos parecería imposible algunas de las proezas deportivas obtenidas por deportistas españoles,  de las que hoy hablamos con relativa frecuencia.

Pero el éxito no es ni gratis ni fácil. Dicen los expertos que alcanzar el grado maestría en una disciplina requiere 10.000 horas de práctica. Conquistar en ocho ocasiones un torneo como el de la capital francesa, requiere una clara superioridad, pero ésta sólo se consigue gracias  al tesón. Es una larga carrera de superación. Nadal ha superado momentos duros: Una lesión complicada o la separación de sus padres, que anímicamente le afectó mucho. Podía rendirse, dejarlo pasar. Seguro que económicamente se lo podía remitir.

Sin embargo (y esa es la actitud que me parece admirable,  apretó los dientes y decidió luchar de nuevo por esa situación de dominio, que momentáneamente había perdido.
 
Las ganas, la fuerza por conseguir sus objetivos, le han guiado. Pero siendo estos aspectos notorios para mí, lo destacable es algo mucho más humano y por ende, lo más valioso. Se trata de su talante. La gloria no le ha transformado, sigue siendo un muchacho cercano, que conserva sus amigos, se mueve en un ambiente normal y lleva el nombre de nuestro país con orgullo y humildad al mismo tiempo.
 
Ese lucimiento que ha alcanzado por méritos propios, lo explica desde la sencillez, aludiendo siempre a aquellos aspectos que debe de mejorar y restando importancia a lo que le ha salido bien, como si ésa fuera siempre la consecuencia natural de las cosas.

Ese crédito que tiene a nivel mundial, se debe a sus triunfos deportivos, pero del mismo modo a un honor auténtico, real. Siempre transmite un profundo respeto por los adversarios y no se le conoce un mal gesto. A pesar de que sería fácil dejarse llevar por el malestar con un público como el francés, tan poco entregado a que las victorias deportivas en su casa se las arrebaten una tras otra. No lo hace. Al contrario dirige al público unas palabras  en francés, para agradecer al público su presencia.
 
 
Para ganar, hay que querer, creer y actuar. Sin estos requisitos el éxito puede convertirse en una quimera. Una frustración que nos acompañará. Porque nada es regalado en la vida, y mucho menos los triunfos profesionales.
 
Los comentaristas deportivos destacan la potencia de su saque. Yo destaco la potencia de su ACTITUD. Un muchacho sencillo, educado, asequible, que no se vanagloria de nada y que trata a su oponente con respeto y afabilidad. ¿se puede pedir más?

Sí. Vuelvo al título de mi post. “se buscan españoles con ese mismo espíritu”. Muchos, miles y miles. Seguramente tardaremos alguna generación en disfrutar las condiciones deportivas de otro Nadal. Pero sus cualidades humanas, su forma de proceder y su personalidad estable y alejada de excentricidades, son referencia para cualquiera de nosotros que desee alcanzar el éxito.

Que aparezcan muchos como él. Nuestro espejo puede ser el de ese gran deportista y mejor persona y no el de tantos facinerosos que pueblan nuestra "fauna ibérica".
 
Y un recuerdo para su contrincante, que se convierte en el perdedor de esa gran final, pero no olvidemos que es “el segundo mejor”. Tiranías del éxito.

Juan F. Bueno

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