Estrasburgo, esa fría y bucólica ciudad, nos ha enviado en forma de sentencia un quebrantamiento de la esperanza. Y la Audiencia Nacional, probablemente obligada a acatarla, decide de forma rápida la excarcelación de una mujer (poco importa su nombre ni su circunstancia) condenada a la friolera de 3.828 años por 24 asesinatos.
Sangre, mucha sangre ha corrido por las manos y la intención de esa mujer menuda que sonríe al verse en libertad. Está arropada por los suyos, que acuden a recibirla.
Los familiares de sus víctimas no pueden ir a hacer ningún recibimiento a sus seres queridos. Sólo pueden llevar flores y recordar. Llevar flores y llorar. Llevar flores y no sentir consuelo.
Sangre y esperanza son poco compatibles. El cumplimiento de la legalidad supone una brusca disolución de la esperanza de todas esas personas que han sufrido de cerca el terrorismo. En los años 80 esa mujer pelirroja de falso aspecto inofensivo acabó con las vidas y las ilusiones de 24 personas, una detrás de otra. Sin piedad. Esa mujer pelirroja abría en muchas ocasiones el Telediario inundado de atentados y entierros. Sin arrepentimiento. Luchando por una causa. Pero ¿hay alguna que justifique arrebatar la vida con un crimen tan salvaje?. Pero no sólo uno, dos, tres, cuatro, cinco, doce, diecinueve, veintiuno, venticuatro…. Cuánto desgarro!
Ha pasado en la cárcel 26 años, su juventud se queda entre cuatro paredes. Ignoramos que habrá pasado con esos ideales. Sin embargo sus víctimas lo perdieron todo, la juventud, la madurez, sus seres queridos... su familia.
Todo descansa bajo tierra.
Cumplir sin demora las indicaciones de Estrasburgo es un atropello para las víctimas. Para aquellos que sobrevivieron a sus maridos, hijos o hermanos y que conservaban la vana ilusión de que esas muertes no fueran inútiles. Que hubieran contribuido a una sociedad más justa. Baldío. Un atropello.
Estos sentimientos soliviantan la entereza de todas esas personas. Su equilibrio, su rectitud, su profundo respeto por la legalidad. Ninguno de ellos optó por la famosa Ley de Talión “ojo por ojo, diente por diente” porque sabían que así, todos tuertos. No. Esos familiares y amigos decidieron creer en la justicia que impondría el justo castigo por tantos asesinatos, por tanto dolor.
Esa certidumbre se ha roto con una sentencia que ha llegado de una ciudad, cada vez más fría y menos bucólica.
Estos delincuentes confesos y condenados salen de la cárcel arropados por sus seres queridos y solicitan discreción y protección en sus salidas. Quieren que les protejan esas fuerzas armadas que tantas veces han caído al asfalto salpicando su sangre, víctima de unos ideales trasnochados.
Estrasburgo me parece cada vez más lejana y hostil. Aunque sus dictados se ajusten a la legalidad vigente.
Juan F. Bueno