Estos días nos ha dejado Alfredo Landa, ese actor que en un momento representó los valores sencillos, los del pueblo llano. El éxito de un hombre, como él mismo se definía: bajito, feo pero simpático. Yo creo que representaba al español medio, a ese hombre confiable que podría ser nuestro vecino. Y que en la época del desarrollismo en nuestro país, encarnó al hombre corriente, que sin embargo era capaz de llevarse de calle a las suecas que alegraban nuestras playas.
Este post es un homenaje a una época en la que, como en todas, había cosas buenas y malas, pero sobre todo a ciertos valores campechanos, humildes, espontáneos, que mostraban a una sociedad algo inocente, que salía con timidez de su aislamiento.
¡Cuánto ha cambiado nuestro país!. Nuevas infraestructuras, apertura, Empresas modernas, Democracia... En definitiva una sociedad nueva que ha alcanzado unos objetivos que en aquellos años se nos antojaban inalcanzables; fuera de nuestro camino.
Pero no es menos cierto que esa nación y sus gentes, en ese trayecto, sin duda importante de actualización de nuestro país, que ha experimentado una transformación radical, nos hemos dejado olvidados valores que alentaban nuestro día a día y que serían significativos en los tiempos difíciles que hoy corren inciertos, para una gran mayoría de españoles.
Ciertas desvergüenzas actuales, que nos golpean cada día, seguramente no se hubieran producido en ese modelo que representaba Alfredo Landa, que encarnaba a un españolito modesto que intentaba sacar a su familia adelante con más escasez que abundancia. Era el momento de los primeros televisores, los seiscientos en los que cabía una familia numerosa y las sencillas vacaciones en Benidorm (un auténtico lujo para quien se las podía permitir). En la que había que llevar la olla exprés y se ponían los garbanzos en remojo. Pero Landa, como espejo de aquella sociedad, también representaba al hombre celoso, machista y mujeriego. Ningún momento es perfecto y seguramente hoy nos podemos congratular de haber superado algunos de esos estereotipos (o tal vez no)
Fue un espacio de tiempo en que había más honradez y menos libertad, más modestia y menos consumismo. Tal vez más hipocresía porque nos gustaban nuestras mujeres muy recatadas pero anhelábamos ver a las extranjeras muy ligeras de ropa y con una actitud desenfadada.
Ese español moreno y bajito (hasta hemos ganado en altura) miraba con ojos curiosos y algo sorprendidos todo lo que venía de fuera. Cualquier novedad generaba entusiasmo. Todavía conservábamos cierta inocencia, un aspecto cándido que a veces parecía un poco pueblerino.
La gente se conformaba con poco, porque tal vez no conocía (o no había) más. La estética de las películas de Landa era pobre, el argumento escaso y el resultado en muchas ocasiones “cutre” (dicho con cariño). Sin embargo no lo podemos denostar porque eran el fiel reflejo de una época. Se volcaban en ellas algunos tópicos, algunas actitudes rancias, pero también mucho de la realidad que nos rodeaba.
Quiero acabar este post recordando otro momento memorable en “Los santos inocentes”, crónica de otro momento de servilismo feroz por parte del campesino ignorante y esencialmente bueno, que representaba Landa frente a la crueldad de su señorito. Recordarlo provoca escalofríos.
El landismo, como cualquier otro momento, con sus luces y sus sombras.
Recuerdo con nostalgia aquella película titulada “Vente a Alemania, Pepe”. Parece que la historia (que es cíclica) se empeña una y otra vez en ponernos en un determinado lugar.
Juan F. Bueno