01 noviembre 2014

Mis circunstancias familiares me han obligado a pasar muchas horas en un hospital público durante las últimas tres semanas, acompañando en su convalecencia a un familiar. A lo largo de estos días he podido conocer la forma de funcionamiento, los horarios, los turnos, el personal e incluso algunas de las características de los empleados, enfermeros y auxiliares, en especial, ya que éstos mantienen con los enfermos un contacto mucho más estrecho que el de los propios médicos.
 

Tantas horas de hospital, provista sólo con mi ordenador, posibilitan muchos momentos de observación y reflexión sobre actitudes y formas de trabajar. Así, al cabo de estar allí unos días, ya podía contar con cierta precisión el mimo y cuidado con el que trataba a sus pacientes el enfermero canario que derrochaba cariño y atenciones a todos los ingresados; la enfermera nerviosa y ágil que se  movía y casi parecía volar por toda la planta atendiendo a unos y otros o aquella otra, más reposada y calmada que repartía medicamentos mientras dedicaba una sonrisa tranquilizadora a pacientes y acompañantes.
 
La vida en un gran hospital es lo más parecido a una gran ciudad, languidece con las últimas horas del día y parece espabilar y activarse con las primeras luces que despuntan y se inicia la actividad. Pues bien, para aquellos que como yo somos ajenos al mundo de la medicina, la estancia en un hospital, incluso pasar allí las noches acompañando a alguien enfermo, se convierte en un lugar inhóspito y duro, en el que es complicado conciliar el sueño porque las interrupciones son continuas, con los controles de temperatura, tensión, o los simples cambios de medicamentos cuando éstos se acaban.

Por eso para mí tiene un especial valor todos aquellos trabajos que se desarrollan en torno a la salud y la enfermedad, en torno a las personas que se sienten vulnerables por estar indispuestos, uno se puede sentir especialmente inseguro, alicaído y abatido ante la incertidumbre de la ausencia de salud y hace falta una actitud especial para hacer soportar esa circunstancia a otras personas.

Esta es la explicación de este post ¿Por qué lo llaman liderazgo cuando quieren decir ordeno y mando? Porque estoy convencida que estos trabajos del mundo sanitario son algo más que un empleo, son o deberían ser una vocación, y como tal se deberían desarrollar.

Como decía, tantos días de hospital dan para bastantes anécdotas y tuve ocasión de presenciar dos episodios radicalmente diferentes en su esencia y con consecuencias diametralmente opuestas.
 
Una de esas mañanas en las que los médicos revisan a sus pacientes, uno de ellos, un hombre de cierta edad y se ve que sobrada experiencia iba rodeado de un grupo de médicos jóvenes, seguramente poco experimentados y algunos residentes, explicando los diagnósticos de cada uno de los enfermos. Este médico (después supe que era un jefazo por su puesto y además una eminencia) era un absoluto déspota con sus colaboradores. Les atiborraba a preguntas sobre síntomas y posibles soluciones pero lo hacía con altivez, malos modos, soberbia e interrumpiendo a los jóvenes médicos apenas algunos de ellos empezaba a contestar. Esa forma de tratarlos pude ver que les desconcentraba profundamente lo cual provocaba que sus respuestas fueran mucho más dudosas y cada vez estaban más bloqueados. Me encontraba paseando por el pasillo cuando vi esta situación dos o tres veces siempre de la misma forma, pero cada vez con un tono de voz más alto y palabras más groseras. El joven equipo médico se encontraba cada vez más torpe en sus diagnósticos, yo les apreciaba aturdidos, apenas prestaban atención a los enfermos y éstos se sentían más incómodos con la situación, que resultaba majadera. El médico, jefe del departamento repetía constantemente como un mantra cuando alguien osaba preguntar o rebatir algún aspecto “en este hospital se hace así porque aquí yo ordeno y mando”….. al poco tiempo le llegó el turno a mi suegra y entraron en su habitación…. Y se repitió todo el ritual de desmotivación, y lo que es peor, desatención al enfermo. Estaban más ocupados en evitar la bronca que en otra circunstancia.
 
Un par de días más tarde pude vivir la situación inversa. Mi suegra se encontraba en una situación gravísima, con escasa posibilidades de supervivencia debido a las múltiples complicaciones que tenía y su avanzada edad. Nosotros, su familia, empezábamos a pensar en un fatal desenlace cuando vimos como un grupo de médicos y en especial las enfermeras que la cuidaban en su turno luchaban sin descanso por poder ponerle una vía central (con muchas contraindicaciones) para poder inyectarle dopamina. Esa era su última posibilidad de agarrarse a una vida que se le escapaba lentamente.

En el quirófano lograron esa vía central con grandes dificultades y la trajeron a la habitación. Detrás de la camilla venían las enfermeras celebrando abrazadas que había sido un éxito la implantación y de inmediato le pusieron la dopamina para sacarla adelante. Mi suegra estaba inconsciente, pero ellas le hablaban y una en especial la animaba para que se recuperara y se pusiera guapa y saliera del hospital pronto porque tenía muchos planes que realizar todavía. A mí me conmovía profundamente la actitud de aquellas mujeres luchando a brazo partido con el cuerpo de una mujer que ya parecía estar muy lejos, pero existía una posibilidad y su índice de motivación era muy superior a nuestra preocupación o nuestro pesimismo. También era muy superior a la grosería o la desmotivación que provocaba el doctor “ordeno y mando” que dirigía a los jóvenes médicos….
 
La forma de trabajar de esas enfermeras esa noche, con rapidez, entusiasmo, alegría, ánimo y cariño distaba mucho de cómo trabajaban los médicos a la orden del doctor “mandamás”, con aire lento, soporífero, torpón. Tiene mucho que ver con la motivación intrínseca que uno puede tener o sentir hacia aquello que hace. Te tiene que gustar o apasionar. Y eso nace de uno. Nadie nos debe motivar. Pero si algo le podemos pedir a nuestros jefes es que al menos si no saben motivar a sus colaboradores es que se abstengan de desmotivarlos.

Esa noche mi suegra se fue. Su cuerpo no aguantó. Pero estuvo en las mejores manos. Porque unos profesionales que aman lo que hacen la cuidaron y lucharon por ella hasta el final. Incluso cuando nosotros creíamos que la esperanza ya había quedado atrás. Porque en ellos vive la motivación.

A ella que no le gustaban ni los médicos ni los hospitales ni sabía nada sobre teorías de motivación, le debía este post. En alguna de esas noches de hospital que pasamos juntas me dijo “cuando salga del hospital tenemos que traer bombones para dar las gracias a las enfermeras que me están cuidando tan bien”. Pura motivación.

Va por Pilar. Un beso.
 
 

May Ferreira
 




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