La situación que hemos venido presenciando en los últimos meses relativa a la pésima gestión (en algunos casos presuntamente delictiva) que se ha realizado con los fondos públicos destinados a la Formación de trabajadores provocaría el sonrojo del más valiente. Ese rubor sería pecata minuta y se convertiría en auténtica vergüenza nacional!!! Un escándalo de dimensiones tan grandes como los millones de euros que se han evaporado en estupideces como mariscadas, viajes, o simplemente cambiar los fondos de bolsillo.
Sin un ápice de bochorno algunos desalmados de guante blanco, encorbatados, y mirando por encima del hombro rompen la hucha sagrada de esos fondos que deberían ir destinados a mantener la competitividad de los trabajadores de este país a través de cursos de formación. E incluso ayudarles a salir de las listas del paro.
Cosa distinta es que ahora todos los actores implicados afirmen que “los cursos no han servido para nada”, condenando a la basura todo el sistema. Pero al margen de la calidad del mismo nada justifica dilapidar esos fondos que son de todos, que pagamos todos. ¿Por qué si son públicos son susceptibles de cualquier maltrato, de meter la mano en la caja, de ser malgastados? ¿Por qué en la empresa privada esos cursos responden a un exhaustivo Diagnóstico de Necesidades? ¿Por qué esas necesidades se plasman después en un Plan de Formación?
Los que apostamos por las personas y las mimamos como único valor sostenible dentro de las organizaciones, odiamos estas situaciones en las que aparentemente todos deciden mirar hacia otro lado.
Los que apostamos por las personas y las mimamos como único valor sostenible dentro de las organizaciones, odiamos estas situaciones en las que aparentemente todos deciden mirar hacia otro lado.
Sé que cuando pasan estas cosas, pueden pagar justos por pecadores, y aunque soy un amante de la literatura clásica española, me repugnan estos personajes de la picaresca española que en otras épocas resultaban entrañables. Aquellos pícaros que hacían fechorías de poca monta, y de carácter muy infantil, enseguida se ganaban nuestra simpatía.
Estos pícaros modernos son dueños se otros adjetivos que nada tienen que ver con esa figura clásica. Esta picaresca degradada y aumentada no favorece, al contrario sólo perjudica, y ¡¡¡en qué medida!!! a eso que llamamos Marca España y a la tan traída competitividad, que nos hace falta como el comer.
Mal escaparate para los que nos ven desde fuera.
Juan F. Bueno
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