La frase de "Una queja es un regalo" la he oído de siempre y me parecía cierto. Ahora ya no estoy tan seguro. La queja ha invadido nuestras vidas. Las oímos por todas partes, en la prensa, en internet, en el vecindario, en cualquier tertulia. Ayer publiqué un post relativo también a la queja y a la búsqueda de soluciones. Hoy profundizo un poco más en el concepto.
Dice el diccionario de la RAE que “una queja es una expresión de dolor o pena”. En un concepto más técnico es un "escrito o comunicación mediante el cual se pone de manifiesto la insatisfacción de un usuario con un servicio recibido”.
Y frente a la queja toca la aceptación, la resignación…. O tal vez ¿hacer algo?. Si nos instalamos en la queja, podemos emprender un peligroso ejercicio: El de quebrar nuestras expectativas de romper ese círculo. Quejarse por lo mal que va todo, por lo difícil del momento, porque se pierden valores, porque desaparece la compasión. Quejarse, quejarse, quejarse.
Es cierto que el momento actual no da para grandes alegrías y cuesta un esfuerzo ímprobo levantar el ánimo y mirar el futuro con optimismo. Dulcificar la realidad no es más que un recurso baldío, si no la enfrentamos con criterio. En algún artículo os hablé del concepto del “optimismo consciente” que hoy me parece imprescindible.
Disconformidad, enfado o indignación son sentimientos frecuentes a nuestro alrededor. Y ya sabemos que el día a día, en especial en las circunstancias actuales, podría justificarlo. Pero si algo he aprendido últimamente de una persona cercana, que está profundizando en las enseñanzas del Coaching, es que cada uno de nosotros somos responsables al 200% de nuestras relaciones. Y en la base de muchas de nuestras quejas cotidianas, está la red de relaciones que tejemos con los demás.
Porque quejarnos de lo mal que va la economía, de los millones de parados, de un futuro de color gris oscuro, es una compañía de eficacia limitada. Sobre todo si no hacemos algo al respecto. Y parece evidente que en el aspecto macroeconómico nuestro impacto no puede ser muy grande, pero sí lo será en el ámbito micro. Cada uno de nosotros puede tomar medidas y hacer pequeños cambios en su mundo particular. Y esos mínimos hechos, añadidos a los de otros, a los de enfrente, a los de al lado, impactan en un mundo más amplio. No podemos despreciar lo minúsculo porque la suma de los cambios insignificantes genera los cambios notables e impactantes. Sin embargo, casi siempre, preferimos quejarnos.
Otro de los temas estrella para las quejas es el fútbol. ¿Os habéis fijado en las lista de convocados a un partido? Cada españolito parece llevar dentro un seleccionador o entrenador en potencia. Y entonces todo son quejas o críticas, porque ninguna de las decisiones que haya tomado son las correctas.
Y estos podrían ser considerados temas menores, pero cuando hablamos de decisiones políticas o de índole económico o social, entonces son palabras mayores. Cuestionamos cualquier decisión, si se suben los impuestos se disminuye la capacidad de consumo, pero si se bajan tenderemos a creer que hay algo escondido u oscuro en esa decisión y nos quejaremos igualmente.
Yo quiero romper una lanza por nuestro país. España siempre ha sido un país aguerrido, acostumbrado a las dificultades, donde las cosas no han sido sencillas (más bien al contrario), hemos sido un país de supervivientes por diferentes circunstancias. Somos un país solidario. Por eso hay que romper ese círculo vicioso. Quejarse pero no hacer nada, no vale. Hay que pensar que no somos el problema, tenemos que ser parte de la solución.
Reconozco que casi todo es mejorable, y casi nada perfecto. Pero a veces me pregunto, y si lo fuera ¿nos seguiríamos quejando? No lo sé. No abogo por la resignación, pero sí por tener una actitud activa frente a las cosas y por rescatar también, de esa incoherencia quejica, un montón de cosas por las que nos podemos sentir orgullosos. Somos un país de raza.
La queja, si va asociada a una crítica constructiva, resulta positiva. Un país con ciudadanos exigentes y un poco incrédulos hace que la clase política y la empresarial se tenga que poner las pilas: En especial le hace falta a nuestros representantes. Porque a pesar de la crítica feroz que reciben no dan muestras de “coger el toro por los cuernos”.
Esa queja social, a veces instalada de forma absurda, se combate con acción, con mejoras, con reflexión, con alternativas.
¿Recordáis lo que dijo Kennedy en unos de sus discursos? : “no penséis lo que América puede hacer pos vosotros sino lo que vosotros podéis hacer por América”
Pensemos pues, qué podemos hacer por nuestro país, por nuestra organización, por nuestro barrio, por nuestra familia y por nosotros mismos.
Juan F. Bueno
Dice el diccionario de la RAE que “una queja es una expresión de dolor o pena”. En un concepto más técnico es un "escrito o comunicación mediante el cual se pone de manifiesto la insatisfacción de un usuario con un servicio recibido”.
Y frente a la queja toca la aceptación, la resignación…. O tal vez ¿hacer algo?. Si nos instalamos en la queja, podemos emprender un peligroso ejercicio: El de quebrar nuestras expectativas de romper ese círculo. Quejarse por lo mal que va todo, por lo difícil del momento, porque se pierden valores, porque desaparece la compasión. Quejarse, quejarse, quejarse.
Es cierto que el momento actual no da para grandes alegrías y cuesta un esfuerzo ímprobo levantar el ánimo y mirar el futuro con optimismo. Dulcificar la realidad no es más que un recurso baldío, si no la enfrentamos con criterio. En algún artículo os hablé del concepto del “optimismo consciente” que hoy me parece imprescindible.
Disconformidad, enfado o indignación son sentimientos frecuentes a nuestro alrededor. Y ya sabemos que el día a día, en especial en las circunstancias actuales, podría justificarlo. Pero si algo he aprendido últimamente de una persona cercana, que está profundizando en las enseñanzas del Coaching, es que cada uno de nosotros somos responsables al 200% de nuestras relaciones. Y en la base de muchas de nuestras quejas cotidianas, está la red de relaciones que tejemos con los demás.
Porque quejarnos de lo mal que va la economía, de los millones de parados, de un futuro de color gris oscuro, es una compañía de eficacia limitada. Sobre todo si no hacemos algo al respecto. Y parece evidente que en el aspecto macroeconómico nuestro impacto no puede ser muy grande, pero sí lo será en el ámbito micro. Cada uno de nosotros puede tomar medidas y hacer pequeños cambios en su mundo particular. Y esos mínimos hechos, añadidos a los de otros, a los de enfrente, a los de al lado, impactan en un mundo más amplio. No podemos despreciar lo minúsculo porque la suma de los cambios insignificantes genera los cambios notables e impactantes. Sin embargo, casi siempre, preferimos quejarnos.
Uno de los ejemplos que me viene a la mente, es el de la viñeta. El tiempo meteorológico es uno de los temas favoritos de protesta y quejas, nunca estamos contentos con el tiempo que hace; cuando llueve, la lluvia es molesta y nos impide hacer planes y provoca atascos en las ciudades; cuando el tiempo está muy seco nos quejamos de la pertinaz sequía que impide que podamos regar los jardines; si hace mucho calor, "esto no hay quien lo aguante", nos pasamos el día sudando; las nevadas ya sabemos los perjuicios que pueden causar, los pueblos aislados etc….
Otro de los temas estrella para las quejas es el fútbol. ¿Os habéis fijado en las lista de convocados a un partido? Cada españolito parece llevar dentro un seleccionador o entrenador en potencia. Y entonces todo son quejas o críticas, porque ninguna de las decisiones que haya tomado son las correctas.
Y estos podrían ser considerados temas menores, pero cuando hablamos de decisiones políticas o de índole económico o social, entonces son palabras mayores. Cuestionamos cualquier decisión, si se suben los impuestos se disminuye la capacidad de consumo, pero si se bajan tenderemos a creer que hay algo escondido u oscuro en esa decisión y nos quejaremos igualmente.
Yo quiero romper una lanza por nuestro país. España siempre ha sido un país aguerrido, acostumbrado a las dificultades, donde las cosas no han sido sencillas (más bien al contrario), hemos sido un país de supervivientes por diferentes circunstancias. Somos un país solidario. Por eso hay que romper ese círculo vicioso. Quejarse pero no hacer nada, no vale. Hay que pensar que no somos el problema, tenemos que ser parte de la solución.
Reconozco que casi todo es mejorable, y casi nada perfecto. Pero a veces me pregunto, y si lo fuera ¿nos seguiríamos quejando? No lo sé. No abogo por la resignación, pero sí por tener una actitud activa frente a las cosas y por rescatar también, de esa incoherencia quejica, un montón de cosas por las que nos podemos sentir orgullosos. Somos un país de raza.
La queja, si va asociada a una crítica constructiva, resulta positiva. Un país con ciudadanos exigentes y un poco incrédulos hace que la clase política y la empresarial se tenga que poner las pilas: En especial le hace falta a nuestros representantes. Porque a pesar de la crítica feroz que reciben no dan muestras de “coger el toro por los cuernos”.
Esa queja social, a veces instalada de forma absurda, se combate con acción, con mejoras, con reflexión, con alternativas.
¿Recordáis lo que dijo Kennedy en unos de sus discursos? : “no penséis lo que América puede hacer pos vosotros sino lo que vosotros podéis hacer por América”
Pensemos pues, qué podemos hacer por nuestro país, por nuestra organización, por nuestro barrio, por nuestra familia y por nosotros mismos.
Juan F. Bueno
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