Se celebró ayer el Día de la Mujer Trabajadora y transcurrió el día con protagonismo absoluto de las reivindicaciones femeninas en las noticias de radio, prensa y televisión e incluso las charlas entre amigos y familias. Reclamar la igualdad de derechos entre mujeres y hombres; acabar con las diferencias salariales entre unos y otros o lograr implicar a los hombres de la misma forma e intensidad que las mujeres en las labores del hogar parecen peticiones justas y oportunas.
Pero no quiero escribir un post en ese sentido. Ya lo hacen en un día tan señalado plumas ilustres y poco o nada podría yo añadir. Mi grito silencioso va en otra dirección. Estoy firmemente convencida que el talento no es una cuestión de sexo. Lo es de poner voluntad, pasión, conocimiento y actitud en un mundo tan competitivo y complejo como éste que nos ha tocado en suerte.
Esta misma semana veía en la televisión un estudio que ponía de manifiesto que las chicas son más estudiosas que ellos. Dedican más horas al día; se concentran más y obtienen mejores resultados. Sin embargo, la paradoja (o tal vez no) es que las mujeres ganamos menos, tenemos menor presencia en los puestos directivos de las empresas y nos vemos obligadas en ocasiones a optar por nuestra vida profesional o familiar. Algunos acontecimientos, intrínsecamente femeninos como la maternidad suponen un freno en las aspiraciones laborales. También nos ocupamos en mayor medida de nuestros mayores.
No voy a hacer ningún alegato feminista sobre nuestras cualidades. No me gustan los extremismos ni determinados clichés que nos describen. Huyo de ciertos tópicos que por generalistas no nos definen, no obstante estoy firmemente convencida que nuestras habilidades y determinación nos permitirán llegar allá donde nos propongamos. Hace unas semanas oía una noticia sobre el puerto de Cádiz y un grupo de mujeres que habían organizado una protesta porque nos las dejaban acceder a los puestos de estibadoras en el puerto. Ellas alegaban estar preparadas para enfrentarse a un trabajo duro, que requería fortaleza física y aguante. Cierto que parece ardua tarea, pero si unas mujeres se sienten capacitadas para esos puestos, ¿quién está legitimado para afirmar que son incapaces de asumirlos?
He conocido mujeres robustas, enérgicas, briosas y capaces de echarse a los hombros, literalmente asuntos importantes y complejos. Dirigir una empresa, atender a su familia o bajar a una mina. Y, al contrario, también he conocido hombres poco briosos, carentes de empuje y vulnerables. Mujeres, hombres y viceversa. No es una cuestión de sexo. Se trata de deseos, de luchas, de intensidad, de ganas de cumplir los sueños de unos y de otros. Y en ese camino hay dificultades y retos para ambos. De verdad que las mujeres somos capaces de realizar esfuerzos hercúleos por aquello que amamos o anhelamos. Y de igual forma lo harán los hombres. No es cuestión de sexo, el talento recae en personas. Las mujeres somos tenaces y acérrimas para cuidar y guiar a nuestros hijos y creo que los hombres que aman de verdad, pueden ser igual de férreos. En mi vida he visto mujeres y hombres solidarios y generosos, preparados para su futuro y con ganas de crecer y desarrollarse. Y en ambos sexos he visto también mezquindad y egoísmo.
El talento femenino o masculino potencia alguna de esas cualidades tal vez innatas en uno u otro sexo. Así vemos más mujeres en puestos relacionados con los recursos humanos, la sanidad o la publicidad (sensibilidad, intuición) y más hombres en procesos industriales, directivos o financieros (analíticos, racionales). Pero ninguno de ellos excluye la posibilidad contraria.
Para que el talento se desarrolle es preciso contar con personas con grandes capacidades para adaptarse al cambio, flexibles, que pueden trabajar en entornos multiculturales, proactivos ante el cambio y resistentes a la frustración y al estrés. Y en cada caso encontraremos profesionales adecuados, con independencia de que lleven tacones y falda o traje y corbata. ¡Fuera prejuicios y estereotipos!
En una ocasión, durante la asistencia a curso (en esta ocasión yo recibía el curso, no lo impartía cómo es habitual en mi), el formador nos contó la siguiente anécdota: “un hombre que trabajaba muchas horas al día, al finalizar su jornada laboral se dirigía a una casa. Llamaba a la puerta y le recibía una mujer rubia, guapa, vestida muy sexy. Olía de una forma embriagadora y estaba vestida con un escueto vestido negro de cuero que dejaba al descubierto unas piernas largas y bien torneadas. La mujer le ayudaba a quitarse la camisa y la corbata, ponía música romántica y servía dos copas, una para el hombre y la otra para ella”.
En la siguiente escena el mismo hombre, cansado tras su jornada laboral se dirige a una casa en la que le recibe una mujer de aspecto afable, sonriente, sencillamente vestida y con un agradable olor a café recién hecho. Toda la casa desprendía un apetitoso aroma a guiso casero. La televisión estaba puesta y la mujer tenía una alegre conversación sobre todo lo que había hecho durante el día. Animó al hombre a ponerse cómodo y pasar al comedor porque la cena ya estaba servida.
Todos escuchamos con atención pensando cuál sería la explicación sobre la anécdota. Parecía innecesaria porque todos ya sabíamos que representaba cada mujer en la vida de aquel hombre. Su amante y su esposa.
Tremendo error. El formador nos aclaró el daño que pueden hacer nuestras creencias, nuestras ideas pre concebidas y determinados clichés.
La rubia explosiva era su esposa y la mujer cariñosa y de aspecto sencillo era su amante.
Nunca creas a ninguna mujer incapaz de nada. Ni a un hombre. Sólo hace falta tener habilidades y deseos.
May Ferreira