¿Qué significa la vulnerabilidad social? En una ocasión un alumno me respondió de forma simplista pero certera: “son los que lo están pasando mal”. Y es cierto, pero lógicamente el concepto tiene alguna vertiente más compleja.
• La pertenencia a un determinado grupo social o etnia
• La salud (discapacitados, enfermos crónicos)
• La edad (ancianos con escasos recursos)
• El entorno. Barrios muy empobrecidos o comunidades aisladas, con pocos servicios y, por último, zonas muy alejadas y con riesgo alto de desastres naturales.
Las situaciones de incertidumbre e inestabilidad social y económica es otro factor de empeoramiento de la vulnerabilidad. Qué decir de una situación de guerra como la que enfrenta en la actualidad a Ucrania y Rusia y que ha convertido en altamente vulnerables a personas que hasta hace poco llevaban una vida considerada como normal y estable. Las causas sobrevenidas pueden alterar profundamente estatus que parecían consolidados. Esto viene a poner de manifiesto que, en ocasiones, nuestro equilibrio es más frágil de lo que pensamos.
Todas estas condiciones que hemos mencionado se agravan o intensifican en la vejez, atrapando a las personas en una relación de desventajas múltiples respecto de la cual resulta hoy en día muy difícil escapar, uniendo inexorablemente la vulnerabilidad social de las personas mayores con la dependencia.
El aumento de la esperanza de vida en los países occidentales en una media de 25 años aumenta también ese riesgo al incapacitarnos para algunas de las tareas de la vida cotidiana. Por eso en muchos casos la vulnerabilidad y el incremento de la dependencia van de la mano.
Esta situación tiene una doble lectura. Por un lado, el éxito que representa vivir más y con una buena calidad de vida, pero, por el otro, un gran aumento en la población de personas con grandes dificultades, limitaciones o discapacidades, es decir, personas en situación de dependencia que van a precisar del apoyo de las administraciones públicas para hacer frente a las necesidades específicas de esa parte de su vida.
Desde el ámbito de la discapacidad se pretende fomentar que todas las personas cuenten con los mismos derechos y que puedan ejercer en condiciones de igualdad todos los actos como el resto de la ciudadanía, pero para que este deseo se convierta en una realidad es preciso el compromiso firme de los poderes públicos. Y esa voluntad cuesta mucho dinero, hay que poner encima de la mesa una gran cantidad de recursos.
Existen diferentes modelos de protección social de la dependencia, pero la tendencia más mayoritaria en los países de la UE se orienta hacia los modelos de tipo universal. Esto significa que el acceso a las prestaciones no depende de los recursos de la persona en situación de dependencia sino de la necesidad socio-sanitaria evaluada.
La experiencia nos demuestra que existe una estrecha relación entre dependencia y envejecimiento, ya que las limitaciones funcionales de las personas aumentan con la edad. Ese incremento se acelera de forma rotunda a partir de los 80 años, por eso en ocasiones se asocia la dependencia con el envejecimiento demográfico. La dependencia, igual que la vulnerabilidad puede aparecer en cualquier momento de la vida, pero si lo hace en la etapa en la que somos ancianos, su gravedad se dispara.
El momento de la jubilación es un período de reestructuración económica, debido a las bajas pensiones y disminución de ingresos en relación con la etapa laboral activa, especialmente en los niveles socioeconómicos más bajos, que han sobrevivido con empleos precarios y tienen mayores períodos de lagunas en sus cotizaciones previsionales. La jubilación implica una pérdida del estatus de persona activa y útil a la sociedad y puede llegar a ser un camino al aislamiento social. Y los mayores que viven solos son los más proclives a sufrir esa vulnerabilidad y dependencia sobrevenida.
En esta estructura del denominado Estado del Bienestar no podemos dejar de mirar con intensidad hacia el lado donde hay unas necesidades emergentes y, en muchos casos, graves. Porque el cuidado del dependiente no puede recaer solo en la familia (tradicionalmente en la mujer), sino que ha de ser compartido por el ámbito personal e íntimo con la ayuda y apoyo de los poderes públicos (con distintos programas y ayudas) y la sociedad civil en general, con un mayor compromiso y ejercicio de la solidaridad social. Ese es el camino.