El conflicto forma parte de la vida del ser humano. Si miramos a nuestro alrededor veremos que probablemente nos rodea más conflicto que armonía. El conflicto es una situación que implica un problema o una dificultad y que suele generar una sensación de insatisfacción. Es en definitiva una dificultad de entendimiento.
Dependiendo del grado de rivalidad o de lo alejadas que estén las posturas, tendremos diferentes tipos de conflictos. Y entiendo que es un absurdo negar su existencia. El conflicto existe, lo que hay que hacer es conocerlo, analizarlo y enfrentarlo. Lo útil es saber gestionarlo.
En la vida de un equipo de trabajo, el conflicto será por lo tanto consustancial con su propia existencia: Es inevitable.
Decía Antoine de Saint Exupery que “el hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo”.
Los dos pilares en los que se basa el funcionamiento de un equipo son el compromiso y la confianza. Y estos dos pilares tienen más o menos intensidad según la etapa en la que se encuentre la vida de ese equipo. La propia identidad del ser humano le hace partícipe de los conflictos, éstos se iniciaron por la lucha de la supervivencia, la defensa de la familia, del propio espacio. Desde tiempos inmemoriales.
Lo que es más reciente, es toda una disciplina sobre el correcto manejo de los conflictos y las técnicas adecuadas para su planteamiento.
En la vida de un equipo se puede oscilar con cierta facilidad entre dos comportamientos antagónicos: colaboración y competición-rivalidad. El establecimiento de objetivos, los diferentes roles que cada uno asume, los egos de cada uno de los miembros e incluso en ocasiones, los incentivos por resultados, tan de actualidad pueden provocar estas situaciones.
Algunas pistas para la resolución de conflictos son: identificar claramente cuál es la situación conflictiva, intentar centrarse en los hechos y no en las personas (eso agrava aún más las cosas); escuchar activamente (mucho más que hablar, para verificar todos los puntos de vista); buscar estrategias de ganar-ganar estableciendo máximos y mínimos para todos los miembros del equipo. Y por encima de todo ello buscar el beneficio del equipo en su conjunto. Los intereses del equipo están por encima de cualquier interés particular, por legítimo que éste sea.
Un último requisito imprescindible en estas situaciones, es la empatía: la capacidad de ponerse en el lugar del otro, lo cual facilita entender su postura, desde su punto de vista y permite no radicalizar las posturas.
Las situaciones de conflicto pueden provocar, y de hecho lo hacen, aspectos positivos y negativos. Entre los positivos están que clarifican posiciones, fomentan el crecimiento personal y grupal y fortalecen la cohesión. Como no todo es de color de rosa, hay que saber que entre los negativos están la ruptura de la armonía; el coste emocional que implica (a unas personas en mayor medida que a otras); el bloqueo de iniciativas y la disminución del rendimiento.
Para que un equipo se enfoque al éxito, debe olvidar problemas históricos (lo vemos en el ámbito de la política, el deportivo, el familiar...); identificar cuáles son los factores críticos de éxito (porque cuando estos fallen seguramente surgirá la controversia); conocer y poner de manifiesto los valores del equipo (para agarrarse literalmente a ellos cuando la situación empeora) y tratar de fortalecer el liderazgo compartido.
Como tantas veces en la vida, cuando las cosas van bien, hay que prever su posible empeoramiento y establecer estrategias que nos puedan ayudar, cuando aparezca el conflicto. Conviene tener unas bases sólidas que nos permitan enfrentarnos a él como a una circunstancia más de la vida del equipo.
Si el conflicto está bien gestionado (para lo cual es imprescindible disponer de un líder capaz y resolutivo) se puede fortalecer la confianza y establecerse las bases de una nueva comunicación o incluso de una nueva etapa. El equipo que supera sus conflictos y aprende de ellos, saldrá reforzado y estará listo para asumir nuevos retos.
Juan F. Bueno
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